Esta es una breve cronología del tramo final de la historia de una primera y prospera etapa del desarrollo industrial de San Antonio de Areco: la venta de la Compañía Celulosas y Químicas Sud Americana. Emplazada en la costanera del río, donde hoy está el parque San Martín, empleaba a más de 300 obreros que trabajaban en el viejo edificio del antiguo molino harinero construido a mediados de la década de 1860.
En la tardecita del viernes 15 de febrero de 1942 se inició un gran incendió en un sector de las instalaciones de la fábrica de Celulosas. El siniestro, que fue sofocado por los propios trabajadores con la asistencia de efectivos de la Comisaria y de la Policía Caminera, dejó pérdidas por más de 250 mil pesos ya que se incendiaron un galpón, maquinarias nuevas, motores y un tinglado con estopa y paja de lino.
En 1943 la Compañía Celulosas Químicas Sud Americana comenzó a producir celulosa de trigo y a fabricar papel con pasta de lino y trigo, una experiencia nueva en el país utilizando materia prima nacional.
La empresa, en la que trabajaban más de 300 obreros, presentó su nuevo producto ante el Instituto Económico Interamericano y se barajó la posibilidad de la instalación de una fábrica de papel anexa a la de celulosa.
Pero sorpresivamente, en marzo de 1944 la Compañía Celulosa Argentina, que poseía fábricas similares en Zárate y Rosario, compró la empresa a la Celulosas Químicas Sud Americana por un valor cercano al millón de pesos, paralizó la producción y suspendió a todo el personal, medida que generó una fuerte crisis en la economía de San Antonio de Areco.
El 3 de mayo de dicho año se firmó la escritura en favor de los nuevos dueños que en ese tiempo realizaron una serie de compras similares para monopolizar la producción de papel.
Ante la grave situación, el Centro de Comercio Propiedad e Industria, en ese entonces presidido por Juan Idiart, organizó una reunión con comerciantes y vecinos para tratar el tema y designó una comisión para que abriera gestiones ante los nuevos propietarios de la fábrica con la finalidad de mantener la actividad de la empresa.
Fue así que el 17 de junio está comisión (integrada por Antonio Pazzaglia, Miguel Abertman, José Barros, Ramón Ainchil y el propio Idiart) se reunió con Juan Balbi, Presidente del Directorio de Celulosa Argentina pero también miembro del Consejo Directivo de los Bancos de Italia y del Plata.
Con el correr de los días los nuevos propietarios comenzaron a desmantelar la fábrica y vendieron varias máquinas a una empresa de madera terciada de Misiones y a la cementera Loma Negra de Olavarría al mismo tiempo que hicieron correr la versión que iban a permanecer con alguna actividad vinculada a la producción de hipoclorito de sodio utilizando la caldera y la maquinaria del viejo molino harinero ubicadas en la parte superior del edificio.
En agosto de 1944, el Dr. Eduardo Novillo, delegado por el Centro de Comercio, representantes de los gremios de Patrones Peluqueros y Panaderos más integrantes del Centro Obrero Celulosa (entre ellos los vecinos Lucio Reyes, José Ezquiaga, Celestino Carosella y Graciano y Orlando Iribarne) mantuvieron dos reuniones con el Coronel Juan Domingo Perón, Vicepresidente de la Nación en ejercicio, Ministro de Guerra y Secretario de Trabajo y Previsión para informarle sobre el problema que vivía San Antonio de Areco.
Hubo dos encuentros con Perón, uno breve sobre la ruta nacional 8, frente a la estación de servicio de Honorio Lavagna y otro más formal en Pergamino pero en ninguno se obtuvieron los resultados esperados
Celulosa Argentina primero desmanteló las instalaciones de la fábrica de celulosas, luego vendió las maquinarias y más tarde también el edificio a una empresa de demolición para que no se instalara otra industria del rubro y así quedarse con el monopolio de la producción de celulosa de lino y de papel.
En octubre de 1945 los empresarios Serafín Celsio Massi, Franco Napoleone y Faustino Frandolini comenzaron con los trabajos de demolición del antiguo edificio construido en el siglo XIX en la costanera del río Areco en el que durante años funcionó el molino harinero de Giovanni Zerboni, uno de los motores centrales de la economía doméstica de la época.
Tras la intervención del Comisionado Municipal, Julio César Lescano Gorordo, que no pudo evitar la continuidad de la demolición, se acordó que siguieran en pie una de las chimeneas, el palomar, los cercos, el canal, la balanza y la casa del casero de la fábrica.
Más de 300 trabajadores quedaron en la calle y fue el fin de una etapa importante del desarrollo industrial de nuestro pueblo que había comenzado entre 1865 y 1870 con ese verdadero pionero que fue Juan Fontana, primer propietario de un molino que utilizó como fuerza motriz las aguas del río Areco.