En una entrevista con Días de Areco, Santiago Gasparro hizo un nuevo análisis de la situación económica de Argentina pero a través de una comparación entre las crisis de deuda griega y la que atraviesa nuestro país desde 2018.

En lo que definió como “paralelismos económicos”, el Licenciado en Relaciones internacionales propone una  lectura de la situación internacional y del escenario económico argentino pensando en el año electoral que ya está en marcha.

¿Hay puntos de contacto entre lo que ocurrió en Grecia hace más de una década atrás y la actualidad de Argentina?

“La crisis griega iniciada en 2009 y la actual situación financiera de la Argentina tienen muchos puntos en común. Es cierto que son dos economías muy diferentes en tamaño y recursos además de estar ubicadas dentro de dos bloques regionales muy dispares. Sin embargo, ambas naciones comparten la triste tradición del endeudamiento, el déficit fiscal crónico y las tristes y forzosas recetas económicas desarrolladas por costosos programas de austeridad digitados desde el extranjero”.

Hagamos un repaso histórico para contextualizar el tema. ¿Cuándo y cómo se originó la crisis en Grecia?

“Si bien el estallido de la crisis se proyecta a finales del 2009, la misma tenia causas profundas y de largo plazo que venían agravando el panorama desde 2001, año en el que los griegos ingresaron a la Unión Europea y se plegaron a la moneda común. Para lograr tal objetivo Grecia debía adaptar su macroeconomía y corregir desbalances en materia fiscal y monetaria (y alinearlos con economías más grandes del bloque como Alemania o Francia, por ejemplo) con lo que ciertos datos comenzaron a ser manipulados por los gobiernos de turno. Más allá, dentro de la zona del euro, Grecia experimentó un fuerte crecimiento económico apalancado por la deuda pública y las inversiones golondrinas, fondos oportunistas que aprovecharon el contexto y la sobrevalorada cotización de los papeles soberanos griegos en los mercados. Recordemos los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 como el símbolo de la “plata dulce” griega del momento, trazando un paralelismo con el mundial de 1978 de la Argentina. Estadios imponentes y obras de infraestructura ostentosas, llevaron a su vez a alterar los índices de desempleo y pobreza por debajo de sus niveles históricos. Cuando el nuevo gobierno socialista de Yorgos Papandreu asumió en 2009, tras realizar balances y auditorias de los datos macroeconómicos del presupuesto, se encontró con que el déficit presupuestado para el siguiente año no tenía correlación con la situación real de la economía griega. Al blanquearlo, el país experimento la salida masiva de capitales, es decir, venta compulsiva de títulos públicos llevando su cotización al piso, interrumpiendo la dinámica de funcionamiento basado en el rollover (renovación de vencimientos anteriores con nueva emisión de deuda) situación que avivó el fantasma del default, el primero desde el funcionamiento de la Eurozona, y con una dinámica muy parecida al primer semestre del macrismo en Argentina, por ejemplo”.

¿Qué pasó en Grecia a partir de 2010 en adelante?

“El desenlace resulta muy familiar si la vemos desde la Argentina. Se organizó un consenso de acreedores conocido como la Troika, conformado por el Banco Central Europeo, la Comisión Europea y el Fondo Monetario que rápidamente articularon un plan de salvataje para que Atenas no incumpliera vencimientos pero a cambio de la implementación de paquetes de medidas de ajuste. Generalmente, el Fondo Monetario Internacional entra en acción como prestamista de última instancia, cuando un gobierno no puede financiarse emitiendo deuda soberana y de alguna forma “rescata” a los estados inyectando el capital para el pago de los títulos en riesgo de default, exactamente como pasó entre mayo y julio de 2018, cuando el gobierno de Mauricio Macri asistió al directorio del Fondo en pedido de ayuda financiera para pagar Lebacs, Leliqs, y otros bonos financieros con altísimos rendimientos de intereses. El resultado de la implementación de los salvatajes financieros y ajuste, arroja recesión económica, aumento del desempleo, mayor pobreza e indigencia. En el caso argentino, la devaluación del peso actúa como escape de la presión y también como vía para fomentar exportaciones, sin embargo, Grecia no contaba con un Banco Central propio con lo que el impacto sobre la población del programa de austeridad fue notablemente mayor. En 2015 el oficialismo heleno anuncio un corralito, medida que acentuó el malestar social y terminó de dinamitar los cimientos del tejido social, nada muy diferente a lo que sucedió en 2001 en nuestra Nación”.

¿Qué resultado tuvo este proceso “de salvataje”?

“El resultado fue una drástica reducción del PBI, que cayó un 25% aproximadamente, la tasa de desempleo alcanzó cifras históricas para la eurozona, 26%, donde la juventud se consolidó como el grupo más perjudicado con un 50% de paro. Otro indicador alarmante y similar al caso argentino tiene que ver con la tercera edad y la infancia, donde el 45% y el 40% de los jubilados y niños son pobres respectivamente”.

En este contexto, ¿qué pasa con Argentina mirando el futuro y su comparación con el caso griego?

“Existe una dualidad al momento de analizar las vicisitudes que enfrenta nuestro país de cara al 2023. Por un lado, la situación de endeudamiento externo que actúa como amenaza constante para la economía doméstica. Si bien la relación con la banca institucional (FMI, Banco Mundial y Club de Paris) así como con los bonistas privados, es buena, trimestralmente deben hacerse pagos (por el primer préstamo Stand By de 2018) que se realizan con desembolsos del propio FMI, que audita las cuentas para controlar que los compromisos asumidos dentro del acuerdo de 2021 en materia fiscal y presupuestaria se cumplan. Si no se alcanzaran estas metas, el fondo dificultaría el acceso a esos desembolsos dificultando el cumplimiento de los pagos (algo parecido a lo que pasaba con Grecia y sus programas de austeridad). El nivel de reservas del BCRA sigue siendo escueto, con reducido poder de fuego para contrarrestar eventuales corridas cambiarias. El plan Massa por el momento viene dando resultado, realizando acuerdos con exportadores para liquidar granos con el Dólar Soja por ejemplo, pero sin embargo estos acuerdos deben ser revalidados cada 45 días, lo que solo puede pensarse en el corto plazo. El aumento de tasas de intereses globales compromete a la Argentina, dado que endeudarse en el mundo sale cada vez más caro. Cuando el nuevo gobierno que asuma en diciembre salga a negociar los nuevos acuerdos con los acreedores externos en 2024, deberá hacerlo sobre tasas más altas y con una economía mundial en recesión. Por otro lado, el aumento de los precios de los commodities genera una mayor entrada de dólares al país, pero inevitablemente genera impacto inflacionario sobre la economía doméstica, ya que existe una relación intrínseca entre los precios relativos y el valor de la divisa. Si debemos destacar un campo auspicioso de nuestro país, claramente es el energético y de alimentos. Con la crisis de precios desatada por la guerra de Ucrania, la Argentina podría acomodarse en el mundo como un gran productor y exportador de energía (litio, petróleo y gas) y de alimentos, ante una creciente demanda de un planeta con cada vez mayor población. El éxito o fracaso de este último factor estará determinado por un programa de inversiones regulada por el Estado (entendiendo a estos recursos como estratégicos) y también, a los acuerdos en materia de relaciones exteriores que puedan suscribirse al respecto, con inversores y nuevos mercados”.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *