En el verano de 2010, cuando habían pasado apenas algunos días de la inundación de diciembre del año anterior, la comisión oficial de corsos decidió no hacer el carnaval. Fue así que un pequeño  puñado de vecinos, entre ellos Silvio Menconi, Pichi Farías, María Tabares, Clara Galvarino, Jorge Gregoire y Nany Ramírez, decidieron crear el Grupo de Artesanos del Carnaval y con poco tiempo de preparación hicieron una convocatoria de urgencia pero que tuvo una gran respuesta popular.

Después de varios intentos fallidos, encontraron el lugar: la avenida Güiraldes, entre Vieytes y España, en pleno corazón del viejo barrio de la estación con un escenario montado frente a la Cancha Fitte.

El primer sábado, que se difundió como “una juntada”, casi no tuvo disfraces pero la presencia del público superó cualquier cálculo a punto tal que tuvieron que repetir ese improvisado carnaval la semana siguiente con otras dos noches muy concurridas. Entonces se sumaron máscaras sueltas (como olvidar lo que hicieron aquella vez Daniel Acosta, Ruben “Pistola” Hurtado y Daniel Lizarazo) y los integrantes de la única murga que existía por entonces, El Galpón, que recicló el vestuario de la edición anterior (que se llamó Color i soles) para incorporarse a un circuito informal que contó con la animación de un muy joven Lucas Farías que recorría las calles montado en la caja de una camioneta más o menos adornada para la ocasión.

Con lo que recaudaron por la venta de la cantina (también armada a las corridas) en la jornada inicial, los Artesanos contrataron una murga del Gran Buenos Aires para reforzar el espectáculo, que fue un éxito rotundo.

En 2011, cuando la Presidenta Cristina Fernández restableció el feriado nacional por el carnaval, el grupo de Artesanos organizó otra fiesta popular muy recordada a orillas del Río Areco, en el Parque Comodoro Güiraldes, justo al pie del Puente Viejo.

Fueron dos noches muy emotivas con la presencia de muchos disfraces que habían participado del corso oficial, incluida la murga que presentó su espectáculo Reciclarte y la actuación de varias pasistas y de una batuda de una comparsa de Gualeguaychú, Entre Ríos, que aportó su especial atractivo.

Luego, varios de los integrantes (no todos) del grupo original de Artesanos del Carnaval participaron de la organización del desfile de motivos que el Intendente Durañona apoyó y mudó al Polideportivo José Zanetovich. Esas ideas y opiniones fueron valiosas para mejorar el reglamento del concurso, para estrechar la relación con los carroceros (que revivieron antiguas competencias) y con los murguistas (porque en ese lapso se consolidó la murga El Sirio y la Diablada dio sus pasos iniciales) para devolverle a la fiesta una vitalidad que parecía perdida.

Lo que ocurrió en 2010 y 2011 fueron dos experiencias fuertes, inolvidables y probablemente también irrepetibles porque los tiempos han cambiado tajantemente pero en un recuento histórico sincero esos acontecimientos tan singulares no pueden faltar porque dejaron en claro que el carnaval es una celebración siempre viva, profundamente popular, más que centenaria, ancestral y cultural por excelencia, cuya voz es imposible de callar.

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