Desde hace más de 120 años la esquina de General Paz y Alsina es un punto comercial por excelencia de nuestro pueblo.
A principios del siglo XX atendió allí Casa El Fuego, que en un local pequeño vendía ropa para el hombre de campo (bombachas, rastras y camisas), pero en una fecha no precisa de la década de 1920 absorbió a la mencionada firma la cadena Grandes Tiendas GALVER que rápidamente se convirtió en un sello que marcó una época larga en la vida de muchos arequeros.
Al poco tiempo de establecerse en esa emblemática esquina, GALVER renovó y amplió su oferta de artículos y allí el cliente podía encontrar desde un tapado de piel hasta la blusa de dril más humilde, según comentaba en 1945 al semanario La Idea el gerente de la casa, Saturnino Barrera, que aprovechó la entrevista para publicitar la liquidación de saldos por balance que se hacía el día 5 de cada mes y que realmente se convirtió en un clásico que convocaba a una multitud de vecinos.
El 4 de abril de 1965 GALVER inauguró la modernización de su antiguo local, una obra arquitectónica imponente y la más importante que realizó en todas las sucursales que por ese entonces tenía en varias ciudades del país.
Ese domingo por la tarde, ante una gran cantidad de público que se dio cita para presenciar el acto, el cura párroco Horacio Cadel bendijo el nuevo edificio que contaba con un amplio salón de ventas, iluminado con grandes vidrieras que protegidas por aleros facilitaban la visión desde la calle. Como muchos deben recordar, a la tienda se ingresaba por una puerta de doble hoja ubicada en la ochava de la esquina y los empleados se comunicaban por una red interna de parlantes que también emitían música funcional. GALVER era prácticamente un emporio que vendía todo tipo de prendas, telas, ropa interior, zapatos y casi todo lo que la gente buscaba para vestirse.
Pero como una de las tantas víctimas que se cobró la impresionante crisis económica y social de diciembre de 2001, GALVER cerró sus puertas definitivamente a mediados del año siguiente pero más de dos décadas después todavía su recuerdo permanece flotando en la memoria colectiva como uno de los símbolos más emblemáticos del Areco del pasado reciente.
El Cura Cadel es mi hermoso e inolvidable papá. Lo descubrió mi sobrina Agustina