La historia futbolera de la familia Oyanguren es larga, rica y muy interesante para repasar y para dar a conocer.
Luis, el padre de Matías, recordado como la gallareta, también jugó muchos años en Rivadavia y fue uno de los integrantes de ese casi mítico plantel panzanegra que a mitad de la década del 80 se consagró tricampeón y que jugó las dos primeras ediciones del viejo torneo del Interior organizado por el Consejo Federal de Fútbol representando a la Liga Deportiva. Con el paso del tiempo siguió ligado al club, dirigió algunas categorías de Divisiones Inferiores pero lamentablemente falleció muy joven.
Sergio, el tío del actual mediocampista del club de la avenida Vieytes, jugó unas cuantas temporadas en San Antonio y antes de radicarse en España fue campeón con el cuadro albiceleste del campeonato de verano de 1990 y del Oficial de 1991.
Matías es un orgulloso continuador de ese linaje familiar (del cual además heredó la pasión por Racing Club de Avellaneda) pero a diferencia de su padre y de su tío que fueron defensores, es un volante zurdo, talentoso, de buena pegada, con mucha inteligencia para moverse de tres cuartos de cancha para arriba, sobre todo recostado a la derecha y que se ha convertido en un muy buen socio para Joaquín Hernández y Tomás Gallardo en la fórmula ofensiva.
Cuando era apenas un muchachito que recién asomaba en Primera División (fue promovido por José Gasparro a finales de 2013), Oyanguren dio la última vuelta olímpica con Rivadavia en aquella histórica final de 2015, cuando la formación que dirigía Germán Páez le ganó por penales al poderoso San Carlos en la antigua cancha de la Liga de Capitán Sarmiento.