El sábado a la tardecita en la Plaza Ruiz de Arellano, frente al banco rojo ubicado allí por los familiares de María Ramón, una vecina cercana a la familia leyó una breve carta escrita por la madre de Elisabeth Sosa, la tercera víctima de femicidio que se registra en San Antonio de Areco en los últimos 15 meses.
Fueron palabras sencillas, claras y concretas expuestas en un acto que fue una combinación de homenaje a la víctima y un intento de contención de parte de un grupo de vecinos para la familia de Eli, asesinada el viernes 19 de enero. El femicida se suicidó luego de perpetrar el hecho.
“Quiero expresar que mi dolor de madre es tan grande que mi más íntimo deseo es que ninguna persona en el mundo pase por esta situación. Sin embargo, son muchas las personas que ven arruinadas sus vidas por circunstancias similares”, escribió la madre de Elisabeth Sosa que agregó: “Uno mira en los medios de comunicación toda la violencia que muestran las noticias y las termina naturalizando hasta que de pronto nos toca de cerca. Es ahí donde se invierten los roles y casi como en un sueño tremendo nos vemos públicamente clamando ante la sociedad por la inminente necesidad de un basta de violencia”.
El texto, corto en su extensión pero cargado de dolor, concluyó: “No hay palabras, solo lágrimas, si hasta el mero pedido de justicia resulta absurdo porque nadie me va a devolver a mi hija pero sí se puede empezar a crear conciencia para que esto no vuelva a pasar”.
La recurrente repetición de estos hechos (la mencionada María Ramón en octubre de 2021, Lucía Mujica en noviembre de 2022 y Elisabeth Sosa en enero de 2023) pone de manifiesto una situación social donde se está naturalizando el uso de la violencia extrema para resolver relaciones personales fallidas porque el femicidio no es otra cosa que el estadio superior de la violencia familiar y de género que observamos a diario y que también se extienden como norma de comportamiento habitual.