Hay que internarse muy a fondo en las entrañas de la historia del carnaval para encontrar los antecedentes de las carrozas porque ya en los años ‘30 Enrique Soto era un verdadero maestro adornando los carruajes, que divididos en categorías de dos y cuatro ruedas, desfilaban sobre los adoquines de la Plaza Arellano.
El Club Rivadavia hizo un aporte esencial en la evolución del género cuando volcó en el circuito del corso de 1974 (que tuvo como sede la por entonces avenida Aristóbulo Del Valle entre Vieytes y Alvear) la experiencia que había vivido unos meses antes en la tradicional Fiesta de la Flor en Escobar.
A partir de la década del ‘80, las carrozas consolidaron su estilo definitivo en las celebraciones que se establecieron en las plazas Arellano (hasta 1991) Belgrano y Gómez que fueron los escenarios del carnaval arequero hasta el verano de 2009 donde las estructuras de hierro forjado, artesanalmente unidas con alambre, forradas con papel, con prolijas terminaciones en pintura y buen gusto artístico se convirtieron en uno de los principales atractivos de esta auténtica reunión popular de cada febrero.
Con el correr del tiempo, los más distinguidos artesanos carroceros fueron agregando nuevas técnicas para dotar de movimiento a los grandes figuras trasportadas por un tráiler acondicionado como un escenario inquieto y sumaron música y modernos insumos (Telgopor por ejemplo) para mejorar la calidad de sus obras.
Los lejanos ‘90 marcados por el menemismo y el amanecer del siglo XXI fueron la época de oro de las carrozas alegóricas que todavía se resisten al avance de un reloj que inexorablemente camina hacia el futuro y son muy pocas las ciudades, con Lincoln como meca inalcanzable, que mantienen viva esta categoría que le otorga una de sus varias características propias a la más que centenaria celebración en nuestro pueblo.
En este desvaído carnaval de 2023, que parece que se ha estabilizado en la módica cifra de 10 inscriptos locales como número total, dos de los artesanos con más trayectoria participaron del recorrido por el Boulevard Zerboni: Los Vascos (los hermanos Darío y Juan Bessonart) presentaron “Domando a la Cobra Dora” y Oscar “Cachito” Di Filippo circuló con su creación “El Perrito Malvado”. Jony Farías, solitario cultor de una nueva generación de carroceros pero ya con 10 años de vigencia, aportó “El jardín de Ernesto”.
“Taté” Picirilli desfiló con “La Jaula de las locas”, una construcción más modesta de palo y paja que rememora a las viejas carrozas humorísticas que parodiaban a los trabajos comunes de la vida cotidiana, como la pizzería o la herrería, que nunca faltaban en los corsos de antaño con sus integrantes vestidos con trajes casi harapientos y máscara de trapo mezclándose con el público en un crudo reflejo de la realidad circundante pero cargada de rústica ironía.
Eso nada más. Solo cuatro integrantes de una lista demasiado corta de animadores que no alcanza para disimular la ausencia de las tres murgas domésticas que a partir 1994 (con la pionera “Mirá Miró” de los alumnos de la Escuela de Arte que dieron el puntapié inicial para crear un género artístico – musical prácticamente único que cambió el curso de la historia) le fueron imprimiendo un sello muy especial al corso de San Antonio de Areco.