Desde la década de 1950 el club La Yerra ya estaba afincado en un antiguo local de la calle Arellano, cuando todavía era de adoquines, que pudo comprar en enero de 1967 a la sucesión de Francisco Colombo, el recordado imprentero editor del Don Segundo Sombra entre otras obras del escritor Ricardo Güiraldes.
La operación inmobiliaria incluyó un viejo portón de acceso al taller – gomería de Julio Chiessorini y una construcción de 200 metros cuadrados cubiertos sobre una superficie de 15 metros de frente por 51 de fondo de un terreno en forma de martillo que también se extiende para el lado de la calle San Martín, aunque sin salida por esa arteria del centro de nuestro pueblo.
Tiempo después, La Yerra vendió un lote que tenía en la calle Lavalle entre Zapiola y Bolívar, con salida también para el lado de la ribera del Río Areco, lugar donde se realizaron unas cuantas peñas para la época de la Fiesta de la Tradición y con ese dinero llevó adelante una importante remodelación de la sede de la calle Arellano: acondicionó el salón para modernizar el buffet, dos habitaciones muy antiguas con piso de madera que se convirtieron en secretaría y en sala de exhibición los de trofeos que regularmente ganaban sus muy buenos equipos de bochas, construyó baños, una parrilla churrasquera, un quincho y techó las dos canchas de bochas que estaban en la parte trasera de la propiedad.
En ese entonces y hasta comienzos de los 90, La Yerra vivió su momento de esplendor institucional y deportivo y en 1969 fue una de las entidades fundadoras de la Asociación Arequeña de Bochas que a lo largo de un extenso periodo convocó a más de un centenar de bochófilos locales que vestidos de blanco y con sumo orgullo defendieron los escudos de Tempestad, Rivadavia, Ferrocarril Central Argentino y de la Sociedad Española que lucían en el pecho a la altura del corazón.
Los memoriosos también recuerdan como otro símbolo perdido del mismo barrio que durante años, en un edificio casi pegado a La Yerra (hoy la casa de la familia Brizio, la Librería Esperanza y la fiambrería que está más cerca de la esquina), atendió el bar 25 de mayo o simplemente “el 25” a secas, un despacho de bebidas y fonda donde frecuentemente muchos vecinos iban a comer a un precio más que accesible que preparaban los distintos conserjes que estuvieron a cargo del comercio.